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Herman Hesse comenta en su autobiografía
«La vejez es una etapa de nuestra vida y, como todas las otras, tiene su propio rostro, una atmósfera y una temperatura propias, sus alegrías y sus penas. Nosotros los viejos, los de cabello cano, tenemos nuestras tareas, al igual que nuestros hermanos más jóvenes, y ellas dan sentido a nuestra existencia; también un enfermo de muerte, un agonizante a cuyo lecho apenas llega una llamada de este mundo, tiene su tarea, cosas importantes y necesarias que hacer. Ser viejo es una tarea tan hermosa y dichosa como ser joven; aprender a morir y morir es una tarea tan valiosa como cualquier otra, siempre que se realice con un profundo respeto por el sentido y el carácter sagrado de la vida. Un anciano que teme y odia su vejez, sus cabellos blancos y la proximidad de la muerte, no es un digno representante de esa etapa de la vida, como tampoco lo es un hombre joven y fuerte que odia su profesión y su trabajo cotidiano y trata de evitarlos. En resumen: para realizarse como ancianos y hacer justicia a su misión, hay que estar de acuerdo con la edad y con todo lo que conlleva, hay que decirle sí».
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